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Ismael Cala

Journalist, Author, & Speaker

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¡No Te Resignes!

09/29/2014 01:15PM | 7856 views

Cuenta Tolstoi, en una de sus fábulas, que un mendigo pasó toda su vida pidiendo monedas sentado sobre una jarra llena de dinero. El infeliz hombre nunca se percataba de que tenía un tesoro tan cerca, entre otras razones porque solo anhelaba la dádiva caritativa de los buenos samaritanos. Se conformaba con ellas. Por supuesto, murió como vivió: en la miseria.

El conformismo es uno de los flagelos que marchitan el florecimiento del espíritu humano: lo desmotiva, lo arrastra a la complacencia y a la mediocridad, lo despoja de todo afán por enfrentar los obstáculos de la vida y de luchar por los sueños. ¡El conformista nunca saborea el éxito!

Resignarnos con lo que tenemos —mucho, poco o nada— es dejar de vivir para solo sobrevivir, es abandonar —a merced de los caprichosos vientos de la vida— nuestras aspiraciones como seres humanos.

Que nuestro espíritu sienta la necesidad de luchar cada día no es codicia desmedida. Todo lo contrario, es intentar cumplir con creces nuestros propósitos en la vida, no solo en aras del beneficio personal, sino también de los demás. Cuando triunfamos, muchos triunfan con nosotros; cuando nos conformamos, muchos se laceran por nosotros. Todo lo que hacemos o dejamos de hacer, repercute en los demás. Todo lo que hacen o dejan de hacer los demás, repercute en nosotros.

Somos más felices en la medida en que menos nos conformamos y menos compartimos el conformismo de otros. El ser humano, cuando piensa en positivo, es feliz, aunque el camino esté lleno de obstáculos reales. Su espíritu se carga de energías positivas, confía en su capacidad. Se hace el propósito de avanzar y conquistar nuevas y más elevadas plazas.

Cada vez que lo logra, ve gratificado su esfuerzo, cumple un sueño. Y la única manera de ser verdaderamente felices es haciendo realidad nuestros sueños.

Un ser conformista hipoteca su futuro porque, ante todo, se resiste al cambio, se adapta a su realidad, por muy miserable que sea; se conforma a veces con una dádiva, como el pordiosero de la fábula, lo corroe la peor de las indigencias, como dice un gran amigo mío, la indigencia espiritual.

Admiro mucho al Dalai Lama, pues siempre nos pone a pensar cuando expresa ideas como estas: “Soy afortunado el día de hoy por haberme levantado, estoy vivo, cuento con una preciosa vida humana; no voy a desperdiciarla. Voy a utilizar todas sus energías para desarrollarme… lograr la iluminación”.

No hacerlo es resignarnos a que otros luchen y creen por nosotros; es desperdiciar nuestras posibilidades como seres inteligentes; es resignarnos a ser extras en la película de la vida; es permanecer sentados eternamente sobre un jarrón lleno de riquezas, como el pordiosero de la fábula de Tolstoi.

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