
Si nosotros, los que trabajamos en el mundo de la medicina creemos que el camino a la salud comienza en el momento que una persona entra por las puertas de un hospital, ya empezamos con el pie izquierdo. Este es un modelo que perjudica a todos los involucrados: médicos y enfermeras, proveedores de fármacos, promotores de salud y pacientes; además, refuerza la idea del paciente pasivo que no pregunta sus dudas al médico ni pide una segunda opinión; modelo que propicia la comodidad del paciente, la preferencia de remedios caserosy terapias alternativas; y para nada favorece la costumbre del autochequeo preventivo ni la aceptación de los métodos de tratamiento aprobados por los sistemas de salud vigentes.
Si queremos que los pacientes ejerzan un papel más activo en el mantenimiento y la toma de decisiones en lo que a su salud respecta, no podemos esperar hasta que vengan a nosotros con los síntomas de una enfermedad crónica como el cáncer o la diabetes. En estas circunstancias, están ya afectados tanto física como mentalmente, y buscan solo quién se haga cargo de la situación y los alivie. Si el paciente no cuenta con un médico familiar, el médico consultado será un extraño, entonces lo más conveniente en primera instancia será desarrollar un lazo de confianza entre ambos. Sin ese vínculo, es posible que el paciente no siga los consejos del médico, o dude a la hora de tener problemas o necesidades no previstas que se le presenten de improviso.
Si queremos conservar y tener influencia real dentro de la comunidad, no podemos permitir que se nos considere como elementos externos, sino como miembros confiables de la misma. El reto es ser parte integral de las comunidades que servimos, aquí es donde la oportunidad de cambiar los paradigmas adquiere fuerza. El nuevo modelo, urgente y necesario, comienza con el concepto de lo que yo llamaría "Hospitales con las puertas abiertas", igual que "Médicos Sin Fronteras" cuando llevó atención y asistencia médica a escala internacional hasta lugares que urgía atender.
Dentro de este nuevo modelo de atención médica, tenemos que involucrarnos con las personas en el lugar donde viven, en sus casas, en medio de sus familias, dentro de sus comunidades. Las conversaciones sobre la salud preventiva y el manejo de enfermedades tienen que ocurrir antes y no después de padecer algún deterioro en la salud, y eso significa que tienen que llevarse a cabo cerca de casa. Si vamos a reemplazar las ideas supersticiosas y el miedo con hábitos más saludables y por ello preventivos, éstas nuevas propuestas tienen que formar parte de la vida cotidiana.
En un mundo ideal, los especialistas y los encargados de la salud trabajan juntos para proporcionar una red de apoyo a los pacientes y a sus familias. Eso significa reconocer que no tratamos solo con enfermedades, tratamos con seres humanos. Desde este punto de vista, la erradicación de la enfermedad no es la meta final. La restauración de la plenitud de vida en el paciente es el nuevo paradigma de atención médica y lo que en realidad queremos decir cuando hablamos de llevar una vida sana.
Con ese salto cuántico primeramente en nuestro pensamiento, el tipo de conversaciones y las interacciones que tengamos con los pacientes deben también cambiar drásticamente. No conviene ya enfocarnos solo en atender la enfermedad, hay que pensar en términos generales y preguntarnos qué relación tiene la manifestación del síntoma con la vida del paciente. Al salir del hospital, por ejemplo, ¿seguirán tomando sus medicamentos?, ¿lograrán involucrase en actividades más saludables?, ¿la gente a su alrededor los apoyará con la práctica de un estilo de vida que beneficie su salud?
Esta última cuestión es especialmente importante. La influencia de un médico es limitada; comparados con sus amigos y familiares, los médicos pasamos poco tiempo con los pacientes. Así las cosas, si queremos que un paciente deje de fumar por ejemplo, es más probable tener éxito si tenemos contacto e influencia con los que lo rodean y logramos que ellos también dejen de fumar.
La clase de conversaciones que tengamos con los pacientes también deben cambiar. Como médicos, es más conveniente evitar usar términos complicados, que al paciente no le dicen nada, y promover el diálogo, en curso y a largo plazo, que conduzca a la participación activa en la curación, así como a la adquisición de estilos de vida saludables. Cualquier decisión importante debe estar sobre la mesa y abierta a la discusión, incluso las segundas opiniones, para que al final se sientan cómodos y confiados por la decisión de haber optado por determinados tratamientos y los respectivos cuidados médicos.
Cambiar el modelo de atención médica también tiene repercusión en lo económico. Si queremos reducir reingresos hospitalarios y el número de personas que llegan a la sala de emergencias, se requerirán más, mejores y más tempranas intervenciones, que eviten llegar a los extremos de desesperación que solo se resuelven mediante ingresos de emergencia. ¿Qué problemas del día a día tendrá la familia que sigue regresando con el niño con ataques de asma? ¿Qué problemas está experimentando el adulto mayor para obtener buena atención que sigue reapareciendo con ataques de insuficiencia cardíaca? Analizar estas situaciones, y otras similares, pueden servir como importante modelo para mejorar nuestro compromiso con los pacientes, sus familias, y, en sentido más amplio, con la comunidad en general.
Con estas motivaciones para instaurar el nuevo modelo, es hora de pensar en términos de un hospital con las puertas abiertas, un cambio profundo en el paradigma de atención médica que nos mueva hacia una mayor integración con la comunidad global, y que por ello anime a los pacientes a tomar mayor responsabilidad sobre su propia salud.
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